17 Poemas (Hora 3)
Miguel me habla mirándome a los ojos, su voz derrama una miscelanea de vocablos. Me distraje con la arquitectura sonora de sus frases, su elocuencia era evidente y manejaba sus palabras con economía.
Miguel se para, mira por la ventana, elabora ademanes sutiles con sus manos y se detiene...
-... a menos que decidas postergar este proyecto - soltó -.
- Para nada. -aseguré-
- Esto te está haciendo mal, ella es una sonámbula consciente y vos su cómplice. Francina vive en otro mundo.
- Estoy obsesionado con su nombre y vos me lo volves a repetir.
- ¿Como te podes obsesionar con un nombre? - preguntó-
- No sé, es una espina infinita. A veces lo pronuncio como por acto reflejo. - y por dentro sé que son sus tres vocales las que me sacuden el alma y me dejan en medio de una ínsula tiritando-.
- ¿Te dejo una semana solo y empezas a hablar como Neruda? - se rió mientras se sentaba en la silla, las horas que pasó parado empezaban a pesarle en las piernas-.
- Necesito irme de viaje.
- Te prometo que apenas termine este asunto del libro nos vamos una semana al sur. - se paró y se dirigió a la salida.- Ahora te dejo, tengo que hacer unos tramites. Haceme un favor, mejor dos, no te tires del balcón y escribime los poemas, no te cuelgues.
- Dale, nos estamos viendo.- cerré la puerta.
Los pensamientos se trepaban a mi en cada paso que daba.
La certeza (plural) de no poder verlo todo fue colmando esta soledad, y una idea, como una velocidad que derrama incandescencia, pobló el ojo de mi mente.
Sentí que mi pena se solidificaba, que en esos instantes mi cartilaginoso dolor se volvía hueso y que la sensación de que la había perdido era unánime en mi cuerpo.
¿Cual será el genoma de mi desasosiego?
Se destiñe el nacarado durlock que cubre la habitación y empiezo a notar que del silencio brotan pequeños relieves, como intenciones encapsuladas, y de esa sórdida quietud, las palabras.
Cuando tu nido,
repleto de aciruelados enigmas,
se vierte en mis ranuras,
caigo.
El cántaro frecuenta voces.
La savia frecuenta la frialdad de las moléculas.
La copa de los arboles, el vino.
La copa de vidrio, las hojas.
(igual caigo)
Y un mestizaje de hilos
enredándome
tienen sabor a distancia:
lampara oculta.
Tu ausencia, como una nota pedal,
sabe que cuelga
de mis días
frágiles,
inertes,
míos.
No tengo idea de la hora y llueve.
Necesito irme de viaje.
Miguel se para, mira por la ventana, elabora ademanes sutiles con sus manos y se detiene...
-... a menos que decidas postergar este proyecto - soltó -.
- Para nada. -aseguré-
- Esto te está haciendo mal, ella es una sonámbula consciente y vos su cómplice. Francina vive en otro mundo.
- Estoy obsesionado con su nombre y vos me lo volves a repetir.
- ¿Como te podes obsesionar con un nombre? - preguntó-
- No sé, es una espina infinita. A veces lo pronuncio como por acto reflejo. - y por dentro sé que son sus tres vocales las que me sacuden el alma y me dejan en medio de una ínsula tiritando-.
- ¿Te dejo una semana solo y empezas a hablar como Neruda? - se rió mientras se sentaba en la silla, las horas que pasó parado empezaban a pesarle en las piernas-.
- Necesito irme de viaje.
- Te prometo que apenas termine este asunto del libro nos vamos una semana al sur. - se paró y se dirigió a la salida.- Ahora te dejo, tengo que hacer unos tramites. Haceme un favor, mejor dos, no te tires del balcón y escribime los poemas, no te cuelgues.
- Dale, nos estamos viendo.- cerré la puerta.
Los pensamientos se trepaban a mi en cada paso que daba.
La certeza (plural) de no poder verlo todo fue colmando esta soledad, y una idea, como una velocidad que derrama incandescencia, pobló el ojo de mi mente.
Sentí que mi pena se solidificaba, que en esos instantes mi cartilaginoso dolor se volvía hueso y que la sensación de que la había perdido era unánime en mi cuerpo.
¿Cual será el genoma de mi desasosiego?
Se destiñe el nacarado durlock que cubre la habitación y empiezo a notar que del silencio brotan pequeños relieves, como intenciones encapsuladas, y de esa sórdida quietud, las palabras.
Cuando tu nido,
repleto de aciruelados enigmas,
se vierte en mis ranuras,
caigo.
El cántaro frecuenta voces.
La savia frecuenta la frialdad de las moléculas.
La copa de los arboles, el vino.
La copa de vidrio, las hojas.
(igual caigo)
Y un mestizaje de hilos
enredándome
tienen sabor a distancia:
lampara oculta.
Tu ausencia, como una nota pedal,
sabe que cuelga
de mis días
frágiles,
inertes,
míos.
No tengo idea de la hora y llueve.
Necesito irme de viaje.
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