De labios rojos y dias nublados.

 Dentro de este sueño no sentía la amenaza de despertarme, porque en el momento en el que vi el cielo nublado y su rostro formando el mismo paisaje, supe que esa imagen me iba a envolver como el viento envuelve la copa de los árboles. 

 Se alinearon nuestros puntos cardinales y su beso rojo fue un dolor tan profundo como el negro de sus pupilas empapándome el día, la noche, el sueño, la realidad, lo que fuese, de un roció insecable. Por un instante sentí el lejano sabor a realidad pero fue tan efímero que hasta su pestañeo resistía más el puñal del tiempo.

 Pocas veces me invadió un sentimiento ambiguo tan grande en mi vida, una dualidad tan pareja solo comparable a la del cielo templado que hacía de fondo en el paisaje del sueño. El punto medio, el equilibrio, un sabor agridulce. La claridad y la luz junto a la ausencia del sol. El viento fresco sin rayos amarillos rozando el aire, nubes cargadas de violencia diluidas en el blanco más profundo de las neblinas.

 Así fue como mis días nublados dejaron de pertenecerme y empezaron a ser los suyos, desde ese sueño cada vez que el sol amanece tímido detrás de una cortina de algodones grises yo me acuerdo de ella, como una reminiscencia, me la imagino tan brillante como el astro oculto, libre y diáfana como siempre fue. Y me rio de cómo, sin saberlo, me robo el color gris y sus días, dejándome esperando el mismo sueño de labios rojos y dolor. 

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