Narices Rojas


PERSONAJES (por orden de aparición)
Secretaria
Anciano aristócrata
Hombre del maletín
Payaso
Licenciado


                                                                                            PARTE I

 Sala amplia rodeada por dos bibliotecas altas y repletas, la escasa luz proveniente de las tenues lámparas le brinda pesadez al ambiente.  En el escritorio la Secretaria sella y firma papeles rodeada de carpetas.  En el sillón negro del centro aguarda el Anciano Aristócrata leyendo una revista de las que se encontraba en la mesa ratona, sus anteojos se mantienen al borde de su nariz desafiando la gravedad. De tanto en tanto se cruzan sus miradas, lo único que corta el silencio son las burbujas que brotan del dispenser ubicado junto a ella.
 Entra con paso firme y cierto grado de impaciencia el Hombre del Maletín con un ensamble de tics nerviosos.

La Secretaria: (diplomática)  Señor Lesterheild, quizás se ha confundido, su turno es a las 18 horas…  (mientras chequea los horarios del día)

Hombre del maletín: (fingiendo tranquilidad)  Así es señorita. Para algunos la puntualidad es más que llegar a la hora justa.

La Secretaria: …   (con sus cejas en alto emprendió un gesto afirmativo que disfrazaba un breve desconcierto, primera vez  desde que trabajaba para el  psicoanalista que alguien estaba dispuesto a esperar más de una hora en la sala.)

 El hombre del maletín se sentó  en el otro extremo del gran sillón que ocupaba el Anciano Aristócrata y dejó el maletín en la mesa ratona de enfrente. Apenas se saludaron con la vista y se examinaron uno al otro. El Anciano observó el movimiento constante que el Hombre ejercía con su pie derecho suspendido en la pierna izquierda, y no tardó en alterarse.

Anciano Aristócrata: (quitó los ojos de la revista) Podría usted… (mirando el pie derecho del Sr. Lesterheild)

Hombre del maletín: (sorprendido) ¡Perdón! (apoyando los dos pies en el suelo y tornando su mirada hacia la Secretaria) Discúlpeme señorita, ¿será posible fumar en esta sala?

 La Secretaria señaló el cartel que lo prohibía y siguió con sus tareas. Automáticamente el Hombre depositó en su boca dos chicles de menta y, buscando distracción alguna tomó la primer revista que estuvo a su alcance. El Anciano Aristócrata lo examinó nuevamente.

Dispenser: (como una puñalada al silencio) Grrm blug ssss.

 Dando grandes zancadas hacia el escritorio de la secretaria aparece el Payaso. De cara blanca, nariz roja y zapatos grandes. La Secretaria reprimió el impulso de una risa y se puso contenta de finalmente conocer al hermano del psicólogo, en sus primeros días de trabajo le habló de él y fue determinante cuando le dijo que no lo deje pasar al consultorio, aclarándole las consecuencias que se desatarían con el paciente de turno y ni hablar del hazmerreir seria si se divulga entre sus colegas tal escenario.

Payaso: (le emite un susurro casi imperceptible y elabora gestos elocuentes)…es mi hermano el licenciado, déjeme hablar con él.

Secretaria: (diplomática) Es imposible señor. Vuelva a las siete de la tarde, el licenciado Rodríguez esta con un paciente ahora y todavía faltan ellos dos. (señalo a los espectadores de traje, el Anciano sufría por no poder ejercer su indiferencia frente a tal cuadro)
 Con los hombros caídos y la cabeza gacha en símbolo de rendición, el Payaso camina hacia el sillón y se ubica en el único lugar libre, entre el Hombre del maletín y el Anciano Aristócrata (de los dos el único que lo investiga visualmente es el primero).  El joven de peluca y ojos pintados de verde oscuro se empieza a atar las hileras lentamente, observado por el señor Lesterheild que guarda algo en su maletín.

             Payaso: ¿Y usted porque esta acá?

             Hombre del maletín: Sufro de ansiedad.

             Payaso: Usted debe ser el que llego una hora antes de su turno… (notó que el Hombre no dejaba de mirar la lentitud con la que él mismo ataba sus cordones) Eso es mucho tiempo… son como más de tres mil seiscientos segundos.

            Hombre del maletín: … ¿Quiere que se los ate yo?

            Payaso: ¿Cómo no? Con los guantes se me complica un poco… Yo también sufro de ansiedad ¿sabía?

            Hombre del maletín: ¿Si? ¿Cuándo? (atándole los zapatos)

            Payaso: Con el semáforo en rojo –se tocó la nariz roja sonriendo- , cuando la gente no termina sus oraciones, las propagandas que pasan en el cine antes de las películas, también… (la sala se cubrió de silencio por diez segundos)

            Dispenser: Grrm blug sss… (el Anciano Aristócrata asomo la vista por sobre la revista que leía)

            Hombre del maletín: También otras cosas…

            Payaso: No. También me pone ansioso esperar. ¿Y sabe qué? La mayor parte de nuestra vida la pasamos esperando.  Los futbolistas se pasan toda la semana esperando el partido, los músicos y actores ensayan más de lo que actúan en shows, y los ansiosos como usted esperan al psicoanalista para que les indique como dejar la ansiedad, pero la solución se hace esperar, no es de un día para el otro, vió?. La vida es un círculo plano como verá.

          Hombre del maletín: ¿Y usted a que viene al psicoanalista señor Payaso?

          Payaso: Señor Payaso… A tratar mi trastorno de la personalidad. Curiosamente es el único asunto psicológico que un payaso no puede tener. El payaso necesita estar contento y feliz, por lo menos poder aparentarlo, y no puede cumplir su trabajo si cambia de un estado de ánimo a cada rato. A los padres no les gusta que insulten a sus niños como sabrá, por eso… (silencio, se queda estático)

        Hombre del maletín: Usted viene acá… (malhumorado)

        Payaso: No, por eso estoy desempleado.

        Hombre del maletín: ¿Y por qué el disfraz? (desconfiando)

        Payaso: ¿Por qué tantas preguntas señor? (agresivo) Me gusta estar vestido de payaso, así me diferencio de los pobres tipos de traje como usted… ¿Sabe qué? Mejor usted siga ordenando su maletín de burócrata estatal y yo me voy a tomar un poco de agua, charlar con idiotas me da sed.

 El Payaso se paró decidido y se dirigió al dispenser como hablando consigo mismo con enojo. Tomó dos vasos de agua. Aprovechó la proximidad con La secretaria para insistirle pasar al consultorio, al recibir la negativa se terminó el vaso que tenía en la mano y a la vez le echó un chorro de agua con el dispositivo que tenía en el pecho… <Sepa disculparme, el agua se me filtra, siempre me pasa…>

       Payaso: Perdóneme buen hombre. (arrepentido, jugando con un pañuelo en sus manos) Usted sabrá entender el trastorno que me afecta. Pero la terapia hará efecto, después de tres años de venir al Licenciado Rodríguez estoy seguro que el problema se quitará de raíz.

       Hombre del maletín: ¿Hace tres años viene aquí?

       Payaso: Doble turno por semana.

Sin pensarlo dos veces el señor Lesterheild tomó su maletín y se perfiló hacia la puerta, hasta desaparecer completamente de la sala.


PARTE II

    El Anciano Aristócrata dejó su revista en la mesa ratonera, desprendió sus anteojos de su nariz rectilínea, y cruzo sus piernas. La tensión envolvió la sala, hasta la secretaria abandonó sus legajos y volteo la vista hacia el sillón expectante. 

             Anciano Aristócrata: Usted no sufre de trastorno a la personalidad, tampoco se encuentra desempleado, no es cliente del licenciado Rodríguez y menos que menos desde hace tres años… En mi larga vida he conocido gente como usted. Pero calificarlo como mentiroso sería una injusticia con el conjunto de ellos, porque, verá usted, lo sustancial de la mentira no es la mentira en sí, sino la intención a la cual pertenece dicha mentira. Creo que la palabra que engloba sus actitudes frente a la vida es resentimiento, pero no solo eso, ya que el resentido promedio suele reprimir las acciones que causen que su prójimo fracase y más cuando el provocador de ese resentimiento es un pariente (figura de proximidad por excelencia). Diversos autores de renombre han analizado el fenómeno del enmascaramiento, no es casualidad que una persona como usted juegue a ser alguien más. (el Anciano aprovecho la breve pausa para encender su pipa, miro a la Secretaria y ella atenta al discurso no le hizo ningún reproche) El problema con los disfraces es que le brinda una falsa seguridad al portador, usted pensará que la máscara oculta su realidad y lo protege, yo en cambio pienso que el disfraz y la máscara hablan más del portador que su cuerpo y rostro original. Si usted hubiese venido de civil la dificultad para notar que en su entera infancia sus padres han preferido a su hermano mayor, el actual importante Psicoanalista al cual estamos esperando, hubiese sido más alta. (mientras tanto el Payaso sacaba de su bolsillo unas pinturas y un pincel) Los pormenores de las relaciones exceden a mi persona, y el desenvolvimiento de tales nudos a lo largo del crecimiento de su hermano y usted son variables infinitas. Pero de algo estoy seguro, desde cierto punto de la adolescencia usted ha dejado de competir con su hermano, abandonó la idea de superarlo para obtener el amor de sus padres, optó por el camino opuesto, al anotarse en la facultad de psicología su hermano se encaminaba a ser una persona seria, confiable y profesional; pero tal diferenciación no le fue suficiente, esa falta de amor originaria lo acompaña hasta el día de hoy, lo acompaña cuando ahuyenta a los pacientes de su hermano, lo acompaña al mojar a la secretaria de su hermano, y lo seguirá acompañando hasta que deje su orgullo atrás encare este problema como una persona adulta. 

 Para el momento en que el Anciano finalizó su discurso el Payaso se había pintado dos lágrimas negras en cada mejilla con la pintura y el pincel de su bolsillo. Se sacó los zapatos y se estiró en el respaldo del sillón con gestos de sincera y profunda tristeza.

            Payaso: (sollozando) No entiendo como llegue a esto señor, mientras pronunciaba sus palabras los recuerdos volvían a mi como una cascada, mi hermano llegando a casa con notas altas y yo jugándole bromas pesadas para poder humillarlo, mientras a mamá la llamaban de la escuela por mi mal comportamiento también la llamaban para felicitarla por el mayor. (el Anciano apenado le acercó un pañuelo blanco para las lágrimas, el payaso se lo devolvía manchado con la pintura negra) El único consuelo a mi alcance fue burlarme de el por su manera de caminar, por sus anteojos, burlarme de todos, hacer reír por la vía de la humillación, elegí no tomarme nada en serio. Al terminar la escuela me fui de casa para siempre y me sumé a un circo que pasaba por el pueblo, y en el traje de payaso me sentí nuevo, sentí sus colores me atravesaban y me daban vida por dentro. Aun así le grité a un nene, terminé a las trompadas con el dueño y me dejaron en la calle. Y aquí estoy, pidiéndoles ayuda a las personas que lastimé sin piedad. (el Payaso hundió su cabeza entre sus manos y su llanto provoco que el anciano pase la mano por su espalda) Mejor me voy…

        Anciano Aristócrata: Oiga hombre, la vida tiene estas cosas y las soluciones están a la vista si usted quiere verlas. Yo soy psicoanalista al igual que su hermano. Los psicoanalistas tenemos convenciones, y entre ellas está hacerse psicoanalizar por un colega una vez a la semana, yo he elegido a su hermano entre tantos por su sensibilidad y profesionalidad, pero estas sesiones no son siempre necesarias, la mayoría son por protocolo. Hoy por ejemplo yo iba a faltar porque tuve una semana tranquila y la verdad no me quería mover de casa, pero vine y de casualidad pude encontrar alguien a quien ayudar. Déjeme cederle el lugar, hable con su hermano, discúlpese por tantos años de martirio, háblele del corazón y pídale mi número, me gustaría atenderlo en mi propio consultorio… podemos arreglar algunas sesiones gratis hasta que recupere el trabajo.

      Payaso: Por favor no se haga problema, es hora de que los deje tranquilos y vuelva por donde vine… (levantándose del sillón)

     Anciano Aristócrata: (se paró instantáneamente) Le insisto, su asunto es prioridad, si entro ahí el único problema conmigo mismo para hablar con su hermano será que utilicé el psicoanálisis para lastimar a una persona, no me deje con tal remordimiento…  Es más voy a marcharme antes de que su hermano me vea, es mejor que piense que he faltado al turno. Ha sido un gusto, no se olvide de pedirle mi número, ehm mejor le dejo mi tarjeta ahora (le entrego una tarjeta blanca con sus datos)  ¡Que tengan un buen día!

 El Anciano aristócrata, se encamino hacia la salida. A la Secretaria no hizo falta aclararle nada, había escuchado toda la conversación y comprendió todos los detalles. Faltaban cinco minutos para que finalice el turno que se desarrollaba ahí adentro en el consultorio y el Payaso esperaba en el gran sillón negro. El dispenser libro las burbujas en el nuevo silencio de la sala.


                                                              PARTE III


 A la Secretaria y al Payaso esos cinco minutos les parecieron infinitos, ninguno se atrevió a abrir la boca, se miraban cada tanto de reojo, ella sentía que algo en aquella media hora que había pasado no sucedió como debía suceder, y ahora que podía observar al Payaso sin agentes externos condicionándolo lo vio por primera vez siendo el mismo, pensó que el Payaso finalmente había abandonado sus personajes. Intentó recordar las indicaciones del Licenciado, es verdad, le había hablado de un hermano payaso, intentó recordar si le contó los detalles de su disfraz, nada, sabía que había algo que se le escapaba. <<En el relato del Payaso, había una mala relación entre ellos dos, pero cuando el señor Rodríguez me contó de él jamás lo hizo de una forma despectiva… pero eso no es. >>  De repente se abrieron los ojos de la Secretaria más de lo usual, soltó la lapicera y busco el celular en un cajón del escritorio, y desde ahí abajo buscó el contacto de su jefe, al Payaso le llamó la atención los movimientos en cadena que emprendió pero sabiendo eso ella no dejó su acción de lado. “No salgas del consultorio y pone llave” alcanzó a escribirle en el mensaje, pero en su celular figuraba que el psicoanalista no había visto el mensaje todavía. Miró el reloj de su móvil, faltaban dos minutos para que acabe el turno. El licenciado siempre fue bastante estricto con el horario. Cuando levantó la vista nuevamente, él joven del disfraz caminaba hacia el dispenser. La Secretaria lo había descifrado, en su discurso el Payaso era el hermano menor, y en su cabeza brotaron las palabras “te vas a dar cuenta cuando veas a un payaso de unos cincuenta años…”

               Payaso: (dibujando círculos en el aire con el vaso de agua) Que lastima no haber intercambiado palabras con usted, quizá en unos años… (le guiñó un ojo y se encamino hacia la puerta del consultorio)

 A la mujer la envolvió un escalofrió punzante que la inmovilizó. No sabía que es lo que debía hacer, y mientras pensaba las distintas formas de proceder, se abrió la puerta del consultorio. Volteó la vista, era el paciente, salió solo. Un breve alivio. <<Leyó mi mensaje>>  El paciente saliente miró con extrañeza al Payaso y esté le brindó un saludo cordial con la mano, acompañándolo con la vista hasta que desapareció de la sala. El bufón siguió su camino hasta la puerta del consultorio. La secretaria estaba marcando el número de la policía. Cuando el Payaso abrió la puerta, miró sonriente a la Secretaria y avanzó, <<No lo Leyó>> la mujer esbozo un grito desgarrador.

   Secretaria: ¡¡MARIANOO!!

   Licenciado: (sorprendido) ¿Qué pasa? ¿Mancu? ¿Qué haces vestido de paya… (el Payaso sacó el revolver de su bolsillo y le propinó un culatazo en la mejilla derecha al psicoanalista)


  Payaso: (agarrándolo de los pelos) Ahora vas a salir y le vas a decir a la dama que está todo bien, que por que no te avisó que estaba tu hermano esperando. Dale. Mostrá el cachete izquierdo. Haces algo raro y los mato a los dos.

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