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Eran nubes

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 Me había acostumbrado a esquivar las caricias del tiempo, los regalos inútiles del mundo, y en los minutos que pasaban nada podía librarme del día. Fue cuando visité El campo por primera vez que desperté afuera del mundo. Allá no había día, el tiempo era en sí mismo, como un lago eterno.  La mañana del doce de junio del 2008 lo habité por primera vez y apenas pude plasmarlo en el cuaderno verde que tengo guardado en la mesa de luz, donde usualmente escribía poemas de aficionado y cuentos inconclusos. Las palabras no brillaron, tampoco fueron claras, todavía necesitaba despabilarme un poco para poder escribir líneas coherentes. Nadie. El pasto me abraza, no hay después.             En ese momento no existió ninguna revelación significativa, mi vida transitaba sus horas de manera indiferente, el viaje no se había modificado, al menos en la superficie todo se veía normal (en el único sentido de la palabra “normal”, el negativo) todo seguía siendo prácticamente lo mismo pero co